miércoles, 26 de agosto de 2009

Correr sin parar

  • Peso: 91.0 (-10.6)
  • Días para la maratón: 59




Ha pasado tiempo desde mi última entrada. Este año no tuvimos vacaciones de verano. Así que la realidad nos ha impuesto que nos ocupemos de nuestros tres niños sin descuidar nuestras obligaciones habituales.


En mi caso producir y sacar al aire un programa diario de radio, producir una serie de micros radiofónicos para una organización internacional, hacer trámites relacionados con la formación de mi compañía, entretener, alimentar, bañar y acostar a mis tres bebés de lunes a jueves. Exceso de estrés. Nada bueno para el ejercicio.


En medio de todo esto, tuve que ir a una reunión internacional de cinco días a siete husos horarios de distancia en la que me pasé 10 horas diarias trabajando y otras siete u ocho entre hacer relaciones públicas, ver amigos y pasear por la ciudad. Exceso de trasnocho, comida y alcohol. Nada bueno para el ejercicio.


Sin embargo, no he faltado a ni una sola de mis citas con el asfalto. He tenido que madrugar más, ajustar horarios, correr en lugares desconocidos, acostumbrarme a respirar a 2600 metros de altura, dar vueltas a un parquecito mínimo, usar una odiosa máquina de gimnasio, derrotar al sueño, superar el jet lag pero he logrado cumplir con todas mis jornadas de entrenamiento.


Eso, y que ya perdí la mitad del peso total que quiero perder, son dos cosas que tienen muy contento y, por primera vez, con la certeza de que voy a lograr mis dos metas: perder 21 kilos y correr 42 kilómetros.

Superada la primera mitad de esta cuesta, mi amigo personal y maratonista británico Will Grant nos habla en su podcast de las colinas de verdad y de cómo nos ayudan a entrenar.




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miércoles, 12 de agosto de 2009

La barrera sicológica

  • Peso: 91.6 (-10.0)
  • Días para la maratón: 73





Entre alguna irregularidad involuntaria en mi plan de entrenamiento y un par de infracciones serias a mi código de conducta alimentaria, parecía que en las dos semanas que nos separan de la última entrega de este blog no iba a lograr adelgazar nada.


De hecho, me pesé dos veces en días no previstos (mi día de balanza es el domingo en la mañana) y una vez seguía pesando lo mismo y la siguiente vez hasta había aumentado de peso.

Pero el domingo en la mañana, después de una sesión de 75 minutos de trote, me pesé y ocurrió. 10 kilos menos. Todavía me intriga la precisión de la medida. Podían haber sido 9,8 o 10,3. Pero no. Exactamente 10 kilos menos de los que pesaba el 29 de abril.

Se trata, como digo en el título de esta entrega, de una barrera sicológica. Adelgazar seis o siete kilos es muy meritorio. Pero poder decir que adelgacé 10 kilos solo con ejercicio y comiendo sanamente me llena de satisfacción y me reafirma en mi certeza de que mi "método" es el más adecuado para perder peso sanamente.

Haber superado esa barrera, además, me da la sensación de que -aunque todavía me falta perder 11 kilos para lograr un peso sano- de aquí en adelante todo va a ser más fácil.

Quedan con Juan Ignacio Cortiñas.





Ni tan femme fatale



Cuando lean esta frase que viene a continuación, algunos lectores se alegrarán enormemente y otros pegarán el grito en el cielo. Hay que arriesgarse:
"La grasas son indispensables para el funcionamiento del cuerpo humano y deben formar parte de la dieta diaria de las personas".
Listo. Dicha está. No se ha caído el cielo ni vendrá un ángel justiciero a cargarse el teclado con el cual estoy escribiendo (espero).
Aunque estén denostadas por toda clase de programas y regímenes alimenticios, consejas populares y bikinis televisivos, el consumo de grasas es absolutamente indispensable.
El problema es, miren ustedes, la cantidad (y la calidad) de la grasas, de esa femme fatale de todos aquellos que tienen unos kilos de más.
Más allá de las recomendaciones de todos los organismos de salud, que dicen que el 30% de las calorías diarias ingeridas deben provenir de los lípidos (sacando cuentas con facilidad, para un promedio de 2.000 calorías diarias, son unas 700), su consumo ayuda a nutrir al cuerpo de algunas vitaminas esenciales, forman parte de todos los tejidos corporales, mantienen en su sitio a órganos tan importantes como el corazón o el hígado (no existe un músculo que los "agarre") y son la principal fuente de energía.
Lo "malo" es que, cosas de la vida, las grasas dan también textura y sabor a los alimentos. Aquí está la clave del problema: como todo sabe más sabroso cuando tiene grasa, solemos consumirla más de la cuenta. Si a eso se le suma otra desmesura, la de la ingesta de carbohidratos (los cuales se transforman en grasa cuando el cuerpo no los utiliza, mira tú qué paradójico), el exceso de calorías tiende a adueñarse de nuestras partes más visibles, y a taponar arterias, fatigar al cuerpo, hacernos regalar cestos y cestos de ropa que ya no sirve y ponernos los niveles de colesterol -que es una grasa- por las nubes.
Existen grasas mejores que otras. Deben conocerlas: las saturadas (sólidas a temperatura ambiente) y las insaturadas (como los aceites). El consumo de estas últimas es el más adecuado, pero no porque unas tengan menos calorías que otras, sino porque las primeras serán las responsables de una futura arterioesclerosis.
Pero lo que realmente importa, lo que realmente debe ser tomado en cuenta, es que aquellas personas que quieran disminuir su porcentaje corporal de lípidos deben hacer un esfuerzo (sobrehumano, lo sé), para disminuir paulatinamente su consumo, pero sin eliminarlo por completo.
Se pueden hacer pescados y carnes a la plancha, con un poco de aceite; se debe tomar leche semidescremada, porque la grasa ayuda a absorber la vitamina D; se debe echar siempre un chorrito de aceite vegetal sin calentar encima de los alimentos.
Pero no se debe hartarse uno de frituras, churrascos, pasteles, helados y otras "maravillas".
Cuando decidí rebajar de peso me propuse eso mismo: menos fritos, menos excesos y menos servilletas semitransparentes tratando de secar medio kilo de papas fritas. Fue un proceso lento -porque el cuerpo seguía recibiendo lípidos y tardaba más tiempo en sintetizar los que tenía de reserva-, pero al final valió la pena. Una vez que logras que el cuerpo no sienta la necesidad de aumentar sus reservas calóricas, contribuyes a regular el metabolismo y mantener un peso adecuado.
Pero para ello hay que cerrar el pico y comer menos.
En la próxima ocasión, les daré algunos datos más sobre los lípidos y unos consejos sencillos para comerlas sin remordimientos de conciencia, y para evitar -eso sí, por favor- las llamadas grasas trans, que ésas sí son malas malísimas.