lunes, 2 de noviembre de 2009

Vuelvo a correr

Peso: 87,5 (-14,1)



Mi esposa me pregunta que por qué yo escribo LA maratón, en vez de EL maratón. La verdad es que creo que es correcto de las dos maneras. A mi me gusta escribir LA, pero cuando hablo digo EL. Comienzo con esta aclaratoria por si alguien se había estado haciendo la misma pregunta.

Otra cosa. No sé por qué algo que dije o algo que escribí se entendió como que este blog terminaba en el kilómetro 42 de mi carrera. Pues no, no se ha terminado.

Son dos metas: 21 kilogramos y 42 kilómetros. De los 42 kilómetros ya les conté y les tengo más información al final de esta entrega. De los 21 kilogramos, todavía me falta perder 6 kilos 900. Y nadie va a salvar a los seguidores de este blog del relato sobre cómo los voy a perder.

Además, ya me picó el gusano del ejercicio, así que es posible que me vuelva a apuntar para otra maratón para abril o mayo del año que viene. Si eso ocurre, claro, voy a seguir blogueando sobre el tema.

El peso. Sin mover un músculo y disfrutando enormemente del descanso, entre la línea de largada de la maratón y este momento en que escribo, he perdido dos kilos y medio.

Son los efectos acumulados de comer bien, descansar, entrenar y recuperarme de haber gastado 4.500 calorías en una sola jornada de ejercicio.

Eso sí, si alguien quiere perder dos kilos y medio en una semana, no le recomiendo correr 42 kilómetros sin antes haber hecho todo lo que hice yo para llegar hasta ahí.

Esta semana vuelvo a retomar poco a poco el ejercicio, y me voy a concentrar en la pérdida de peso. Es decir, intensidad moderada para quemar más grasa.

También voy a sumar ejercicios de esos que llaman de "musculación" (las pesadas pesas, las inflexibles flexiones y los abonimables abdominales), para aumentar la masa y el tono muscular de todo el cuerpo (no solo las piernas) y acelerar el metabolismo.

Ya salieron los resultados oficiales de la maratón. Según la tabla que publicaron en internet, llegué en el lugar 1021, a tres horas y cuarto del ganador de la prueba, a un paso promedio de 7 minutos 45 segundos por kilómetro y con un tiempo total de 5 horas 28 minutos y 35 segundos.

Detrás de mi, solo Lucca Fischetto, que en el tramo final estuvo de acuerdo conmigo en que la meta había que cruzarla corriendo "para la foto", aunque ya las piernas no nos dieran más.

Cuando, llegamos, los fotógrafos hacía rato que se habían largado (a pesar de que yo habría comprado con gusto una foto mía cruzando la meta) y alguien de la organización escarbó el fondo de una bolsa de plástico para darnos una medalla a cada uno.

domingo, 25 de octubre de 2009

El ejemplo de Fortunato

Peso: 88 (-13,6)



La persona que más me ayudó a terminar mi maratón no me conoce. Ni siquiera sabe que fue mi inspiración, mi ejemplo y hasta mi "liebre" (corredor cuya misión consiste en marcarle el paso a otros corredores).

Se llama Fortunato, es de Bilbao, y la noche que corrimos juntos estaba completando una maratón por trigésimasexta vez.

Me lo encontré casi al final del pelotón de los más lentos. Así y todo, iba cruzando cada kilómetro en menos de siete minutos. Me pareció un ritmo seguro para poder terminar la carrera, así que decidí seguirlo.

Lo que todavía no he dicho es que corría acompañado por sus dos hijos porque Fortunato tiene 80 años. Sus hijos le hacían de animadores, avitualladores y guías.

Pude mantenerles al paso a los tres durante casi 12 kilómetros. Al final se impusieron su buen estado físico y mi sensatez, así que decidí bajar el ritmo para asegurarme de tener energía hasta terminar el recorrido.

La carrera tuvo fallas graves de organización, al menos desde la perspectiva de los corredores más lentos. Muchas veces hubo que adivinar el recorrido, no había suficientes estaciones de avituallamiento (agua) y, donde las había, cuando llegábamos los rezagados ya se había acabado todo.

De hecho, ya hacia el final, tuve que empezar a recolectar restos de agua y bebidas isotónicas que otros corredores habían dejado para poder seguir adelante. Por suerte, también llevaba un par de geles de glucosa que administré con muchísimo celo entre la primera y la cuarta hora de la carrera.

Pude ir a buen ritmo hasta el kilómetro 31. A partir de ahí, no había gel ni bebida isotónica, ni agua que lograra mantenerme con energía durante más de un kilómetro. Así que opté por alternar un kilómetro de caminata por cada kilómetro de correr.

Además, en el kilómetro 33 se me unió Cecilia, mi esposa, que estuvo conmigo hasta la línea de llegada. La compañía de Cecilia, cómplice y sostén amoroso de toda esta aventura, me hizo mucho más llevaderos esos 9 kilómetros finales.

Cuando empecé este desafío quería bajar 21 kilos y correr una maratón. De la primera meta logré casi dos tercios. De la segunda, gracias al apoyo de los seguidores de este blog, al amor de Cecilia y a la inspiración de Fortunato, puedo decir con orgullo que la completé.

Lo más importante es que esta odisea de kilos y kilómetros me dejó lecciones para toda la vida. Quererse a sí mismo, trazarse metas, poner en práctica los planes para alcanzarlas, son todas cosas que ya forman parte de mi para siempre.

Con ese aprendizaje, voy a perder los kilos que me faltan y tal vez más adelante, solo tal vez, vuelva a correr una maratón.

viernes, 23 de octubre de 2009

LLegó la hora

Peso: 90 (-11,6)
Días para la maratón: 0


LLegó la hora. Este sábado 24 de octubre a las ocho en punto de la noche larga el I Maratón nocturno de Bilbao.

La largada es frente al museo Guggenheim y la llegada también.

Ahí voy a estar, entre miles de competidores, cada uno con una historia diferente. Esta es la mía. La que he contado hasta ahora y la que les voy a contar al final de esos 42195 metros de esfuerzo.

Hoy siento que el esfuerzo más grande ya lo hice. Mantener la constancia de los entrenamientos, desarrollar en mi -desordenado incorregible- la disciplina para poder llegar a pararme en esa línea de salida, con la sensación de que estoy listo para enfrentar el desafío.

Habrán notado en mi peso que en estos días aumenté medio kilo más. Supongo que es la consecuencia natural de haber reducido al mínimo la intensidad de los entrenamientos y haber aumentado considerablemente la ingesta de carbohidratos.

Estoy cargado de carbohidratos, dispuesto a tomarme el tiempo que haga falta para terminar, anímicamente tranquilo y enormemente agradecido con ustedes que me acompañaron, me leyeron y me dieron apoyo para llegar hasta aquí.

Les dejo con Juan Ignacio Cortiñas y sus palabras de ánimo antes de la largada.

Clap, clap, clap, clap

Tengo que confesarte algo, José. Y, por favor, que quede aquí entre nos.
Cuando me autoinvité a participar en este maratón previo al maratón que vas a correr este fin de semana (porque uno es pana y siempre trata de ayudar a los panas lo más que se pueda), en el fondo tenía la sensación de que ibas a tirar la toalla a mitad de camino.
No me tuerzas los ojos, que eso es muy difícil de hacer por internet. Pero es la verdad, porque le ocurre a la gran mayoría de la gente.
Me incluyo.
No sé, tu decisión de bajar ese poco de kilos en seis meses y ponerte a correr 42 kilómetros, 195 metros de carrera sin fin me había sonado a promesa de fin de año, cuando todo el mundo está contento por el champán y no se le pasa por la mente que el 92% de esos compromisos encallan a mitad de enero, y quedan absoluta y totalmente olvidados antes de los carnavales.
"¿Yo? ¿Dejar de fumar? ¡Jamás dije tal cosa!", es la letanía que más se escucha durante el primer trimestre de cualquier año.
Del 8% restante, otro 92% encalla a comienzos de abril, cuando las vacaciones de semana santa terminan por santificar ese enorme gulag a donde llevan todas esas promesas, cargadas de buena fe, pero más ilusas que muchachito que todavía cree en San Nicolás. Derechitas a chirona y nunca van a salir de allí, por absurdas.Así que nos quedamos con el 8% restante de ese 8% restante, que da como resultado una cantidad pequeñita de gente, entre la que se incluyen esos prohombres, próceres y demás estadistas de la vida que no se amilanan ante los avatares, las malas influencias, la dejadez, los anuncios de la televisión ni un churrasco en su punto con un cerro de patatas fritas.
En ese 0,64% del 100% inicial (si la calculadora no me falla), déjame decirte, estás tú. Y, bueno, uno que tiene su corazoncito no puede dejar de enternecerse por eso.
¿Qué te quedan todavía nueve kilos para alcanzar la cifra mágica de 80? Bah. Eso seguro los rebajas antes de lo que te lo imaginas, porque ya conoces tus mecanismos corporales . ¿Que te pueda pasar por delante una viejecita en la carrera de este sábado? Bah. Allá ella con sus prisas.
Lo importante de todo esto, lo que de verdad me hace sentir orgulloso de ser tu amigo, es la constancia y que, a pesar de tanto sufrimiento, no perdiste uno de los dones que mejor te retratan: tu sentido del humor.
Así que nada, a correr como gacela en el maratón y a seguir con esta vida que has decidido empezar a seguir.
Allá los otros que se quedan encallados a mitad de enero. :-)

lunes, 12 de octubre de 2009

10 cosas que aprendí corriendo 10 km

Peso: 89,5 (- 12,1)

Días para la maratón: 12





Este domingo participé en una carrera de 10 kilómetros. Es la última jornada fuerte de entrenamiento antes de la maratón en pocos días.
Hice mi mejor tiempo en esa distancia, rematé con fuerza y me recuperé rápido.
Supongo que la idea del creador de mi plan de entrenamiento es ponerte en una situación "real" de competencia para que veas las cosas que tienes que tener en cuenta para correr la maratón.
Por eso, aquí van las diez cosas que aprendí corriendo 10 kilómetros.

1 - Es bueno comer unas tres horas antes de la carrera.
2 - Es todavía mejor comer poco tres horas antes de la carrera.
3 - La carrera siempre es más difícil de lo que parece.
4 - Tienes que avisarle a tu esposa a qué hora calculas que terminarás la carrera, para que no vaya a pensar que cuando te lanzó un gruñido de despedida desde la cama fue la última vez que te escuchó con vida.
5 - Es posible que el gordo de 120 kilos bañado en sudor, que resopla como un toro en trance de muerte, corra más rápido que tú.
6 - Es posible también que la señora de casi 60 años, que hizo el 80 por ciento del recorrido caminando, cruce la meta antes que tú.
7 - En algún punto de la carrera te vas a arrepentir de haber tirado aquella botella de agua a la que todavía le quedaban dos tercios.
8 - No es bueno perder el tren que te va a llevar al lugar de la carrera. Es mejor llegar a tiempo a la estación que tener que salir corriendo a agarrar un taxi. Guarda tu energía para la carrera.
9 - Es recomendable llevar imperdibles o algún otro sistema para sujetarte el número a la ropa. Es posible que los organizadores hayan olvidado ese detalle o lo hayan tenido en cuenta solo para los primeros tres participantes.
10 - La bebida isotónica que anhelabas desde la línea de partida va a estar caliente y la única máquina que vende la barra de chocolate que el cuerpo te pide a gritos, no funciona.

Esta semana no perdí peso. De hecho, peso un kilo más que la semana pasada. Sobre eso, tengo que decir varias cosas.
Los fuertes entrenamientos que demanda un maratón parecen incompatibles con perder peso.
Primero porque el cuerpo está desarrollando nuevos músculos y tejidos para hacerle frente al desafío. Músculos y tejidos que pesan más que la grasa.
Y segundo porque después de esos esfuerzos, el cuerpo te pide que lo alimentes. Y no es cuestión de darle lechuga cuando lo que necesita es pollo con puré para llegar vivo a la meta.
Lo otro que quiero decir es que, a pesar de que los numeritos de la balanza digan lo mismo, en el espejo me veo más delgado y la ropa me queda más holgada. De hecho, esta semana tuve que recortar mi cinturón por segunda vez en dos meses.
Mi presión arterial y mi pulso están mejor que hace 10 años. Lo cual quiere decir que estoy logrando un objetivo superior al de correr una maratón y perder peso, que es tener mejor salud.
Así que en estos días que me quedan me voy a concentrar en visualizarme cruzando la meta y en estar listo para la maratón.
Los ocho kilos y pico que me faltan para mi meta de adelgazar 21 en total los dejaré para después. Y les seguiré contando en este blog.

domingo, 4 de octubre de 2009

Me duele la cabeza

Peso: 88.4 (-13.2)
Días para la maratón: 20




Y como me duele la cabeza, no hice mi "A veces pienso...", pero les dejo este video, que está muy bueno.




Me acerco al final de mi preparación para la maratón y las sesiones de entrenamiento son cada vez más duras.

El domingo pasado corrí media maratón (21,1 Km), tuve un par de sesiones más en la semana y hoy me recorrí casi toda la ciudad para completar una sesión de tres horas (180 minutos decía el programa de entrenamiento, no lo podía creer).

Después de esto, descanso un solo día y después tengo tres sesiones seguidas (no tan duras como la de hoy, pero seguidas).

Mientras escribo esto, estoy completamente agotado y con un dolor de cabeza de fábula.

Como advierto siempre, hay gente que sabe de esto mucho más que yo y lo explica bastante mejor. Pero ahí va un intento.

La idea de estas sesiones "maratónicas", es acostumbrar al cuerpo a vaciar sus depósitos de glicógeno y volverlos a llenar.

El glicógeno es un derivado de la glucosa que producimos los vertebrados como fuente de energía para los músculos.

Si el cuerpo "aprende" a vaciar y llenar estos depósitos de manera eficiente, está preparado para un esfuerzo prolongado, como una maratón.

Eso sí, para que el proceso ocurra hay que alimentar el cuerpo varios días antes de ese esfuerzo con las cosas que le ayuda a producir glicógeno. Es decir, pan, pastas, papas, arroz.

Y en la carrera mantenerlo hidratado (con agua y bebidas energizantes) y alimentado (hay varias opciones, pero la más práctica parecen ser unos sobrecitos que contienen un sustancia viscosa, dulzona y bastante desagradable en mi opinión, pero que tienen glucosa, proteínas y otros nutrientes, prometen los fabricantes).

Bueno, lo cierto es que no sé si mi cuerpo me está cobrando el precio de ese aprendizaje, si tomé poca agua durante el entrenamiento o qué, pero ahora me duele la cabeza.

Mucho.

Una de las explicaciones que encontré en internet es que en un esfuerzo prolongado todos los vasos sanguíneos se expanden y que los de la cabeza tardan más en volver a contraerse y por eso ocurren los dolores de cabeza.

No sé.

Me duele. Me voy a dormir.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Berenjenas en vez de dedos

Peso: 89.3 (-12.3)

Días para la maratón: 33







Cuando escuchas un golpe, un vaso que estalla contra el suelo y un bebé que llora -especialmente si el bebé es tuyo- no piensas en nada más.

Eso fue lo que me pasó el martes 15 de septiembre en la noche. Tanto me pasó, que se me olvidaron todos los cursos de periodismo de guerra.

Esos cursos, que los dan unos tipos que han estado en guerras de verdad, no se cansan de insistirte en que apresurarse a atender a una víctima puede terminar con el resultado nada deseable de que sean dos víctimas en vez de una.

Y así fue.

Escuché el golpe, el vaso y el grito y salí corriendo hacia la cocina, que fue el lugar del accidente. Venía con tal impulso que no calculé la trayectoria y mi pie izquierdo terminó estrellándose de frente contra el marco de la puerta.

Dos víctimas en vez de una.

Cuando mi esposa intervino, mi hijo daba alaridos entre un reguero de vidrios y yo bramaba de dolor sin atreverme a mirar la magnitud del daño.

Después de resoplar mucho rato para mitigar el dolor, finalmente miré. No había huesos asomándose por fuera de la piel, ni uñas arrancadas de cuajo, ni charcos de sangre en el suelo. Buena señal.

Lo único es que en el lugar donde solían estar el dedo pequeño y el siguiente (equivalente al anular de la mano, pero no sé si se llama igual) había dos berenjenitas. Gorditas y moradas.

"¡La carrera!", "¡el entrenamiento!", pensé con espanto.

Mi mente dibujó el peor de los escenarios: "No voy a poder entrenar más, no voy a correr la carrera, voy a perder el ritmo de adelgazamiento, eso me va a deprimir, voy a comer más, no voy a tener ganas de volver a entrenar cuando se me cure el pie y voy a volver a ser el gordo que era el 29 de abril, cuando empezó todo esto".

Al día siguiente cojeaba, pero podía caminar.

Sin embargo, el panorama no era mejor. La cojera hizo que me empezaran a molestar el tobillo y la rodilla del lado del golpe y la cadera del lado sano.

Estaba tan preocupado, que hasta lo consulté con Will Grant. "Todavía estás a tiempo de recuperarte y correr la carrera", me escribió.

Pero yo no compartía su optimismo y estaba decidido a dejar de entrenar hasta un mes para recuperarme completamente. Con el riesgo, claro, de perder el entusiasmo y volver atrás.

Por suerte, parece que esto del ejercicio te ayuda a sanar más rápido. De cuerpo y mente.

El jueves no corrí, aunque ya me sentía mucho mejor.

El viernes me tocaba descanso y el sábado me tocaba una sesión de solo media hora. "Es un buen tiempo para probar cómo va la recuperación", pensé.

Debía correr a tempo, es decir a un paso exigente pero sin dejar de respirar por la nariz. En el límite superior de la zona aeróbica, lo explicarían los que saben.

Y salí.

Al principio me molestaba. No me dolía, pero era como que el dedo pequeño no dejaba de recordarme que estaba lastimado.

Al final, terminé bien. Fue una buena carrera. Al llegar me quité los zapatos casi inmediatamente y anduve descalzo buena parte del día para no maltratar más a mis dedos, que poco a poco iban perdiendo su aspecto berenjenal.

El domingo era la prueba de fuego. Dos horas a ritmo constante. Salí. Sentí un poco de molestia, pero no solo completé las dos horas, sino que cubrí cuatro kilómetros más que el domingo anterior en el mismo tiempo. Mis dedos todavía me duelen un poquito, pero mi espíritu ya se siente muchísimo mejor.

¿Mi bebé? Media hora después del accidente, con una herida pequeñita en una fosa nasal y un hematoma casi invisible que le cruzaba el tabique, subió de nuevo a la silla de la que se cayó para seguir jugando.


lunes, 14 de septiembre de 2009

Vaselina

  • Peso: 89.5 (-12.1)
  • Días para la maratón: 39


En una entrega anterior les hablé de mi monitor de pulso, al que llamé mi "compañero".

Bueno, pues esta entrega la voy a dedicar a los beneficios que he encontrado en el petrolato puro, mejor conocido con el escurridizo nombre de vaselina.

Advierto que aunque no voy a hablar de ciertos usos que le dan al lubricante en otras páginas y en otros blogs, los detalles serán igualmente gráficos.

Digo por si hay personas sensibles leyendo este blog.

Cuando corremos ocurren, en distintos e insospechados lugares del cuerpo, roces de los que no nos percatamos en nuestra vida diaria.

A veces queda una pelusita de ropa en un pliegue de la piel o un pelo hace contacto en un sitio donde no debería estar o dos voluminosas masas de carne hacen demasiada fricción, o... bueno, suficientes detalles escabrosos, ¿no?

Bueno, la vaselina evita todos los males que pueden derivarse de esas inconveniencias.

Y ya que estamos en el tema, no sé si sabían que cuando uno corre, los pezones se rompen cual si fueran de madre lactante.

No sé por qué. Unos dicen que se llenan de sangre y se estiran tanto que la piel se rompe. Otros dicen que es producto del roce con la camiseta.

También. Vaselina. Antes y después.

Y para los pies, claro. Después de todo, los pobres hacen todo el trabajo y se merecen un entorno agradable, ¿no?

Hasta aquí mis loas a la vaselina. Quedan con mi compañero de la universidad y amigo personal Juan Ignacio Cortiñas con su inspiradora columna.










Espejito, espejito, ¿quién dejó de ser gordito?




Me recomendó José, para esta entrega de su blog, que dejase de hablar por un rato de grasas, carbohidratos y demás "tonterías" alimenticias para que me explayase, esta vez, en el "proceso interno" que viví para quitarme esos kilos de más que cayeron en mi cuerpo en el año 2000, cuando vivía en Nueva York. No tengo cifras exactas, pero sí sé que antes de vivir allá estaba por debajo de los 70 y en pocos meses llegué a pesar 85 kilos. Una pelusa, pues.
Podría decir -y quedarme de lo más ancho- que todo comenzó por la internalización de los futuros riesgos que correría mi salud. Y soltarles una retahíla de temas como la hipertensión, el colesterol, los paros cardiacos y demás delicias médicas. Pero sería asumir una postura de levitación que no va con mi carácter.

En pocas palabras: decidí parar el proceso de engorde porque me dolía verme en el espejo.
Y porque uno es también coqueto, qué le vamos a hacer.

Dicen que a los hombres el metabolismo les cambia a los 30 años. Doy fe. De ser un firifiri que aún le quedaban los pantalones talla 28, pasé a comprar blue jeans nuevos de talla 32, y me quedaban apretaditos. De llevar camisetas holgadas talla S, tuve comprar una docena de tallas M y L.

En fin, que cuando un día me vi en el espejo y comencé a acariciar la idea de llenar mi armario con batolas a lo Soledad Bravo, y que para verme la entrepierna tenía que inclinarme un poco hacia adelante, quedé espantado y decidí que era el momento de cambiar.

El problema era -y sigue siendo para muchos- la acción del verbo cambiar... ¿Cómo uno puede cambiar? ¿Es eso plausible? Me explico: acostumbrarse a la idea de que hay ciertas cosas que ya no podía seguir haciendo me ponía los pelos de punta, sobre todo cuando uno es un desocupado de la vida que gusta de estar tirado en un sofá leyendo, o pegado a un monitor, leyendo también. En todos los posts que ha publicado José ronda esa misma idea: porqué debo dejar de comerme un churrasco, con lo rico que es el churrasco. Si a nadie se le pasa por la cabeza modificar la forma como uno se ducha, porque uno se enjabona como se enjabona y ya está, más complicado aún es ponerse a pensar qué hábitos debe uno modificar en la vida diaria para sentirme menos acojonado a la hora de verse en un espejo.

La falta de conocimientos complica más las cosas. Recuerdo que mi primera "acción" fue desayunar más sano, y me metía en el supermercado de la calle 14 con la 8 avenida para leer los Nutrition Facts de todos los productos. Comencé a comprar yogures con 0% de grasa, pero llenecitos de azúcar. Me dejé enamorar por los empaques que decían "light", cuando una mayonesa light no es light ni que te lo garantice un notario. Comencé el gimnasio sin saber que los resultados tardan por lo menos tres meses en aparecer... y al mes y pico lo dejaba apesadumbrado. Acostumbrarse al atún y al pollo a la plancha y a la coca-cola light fue una lucha contra mis demonios internos. Aún no he podido vencer la tentación del chocolate con leche...

Pero todos esos contratiempos, todas esas pruebas que buscan minar tu voluntad eran derrotadas por el espejo. Me tomé una fotografía en el Coney Island, barriga al aire, y la pegué en la nevera para "verme" en todo mi esplendor. Era mi motivación para no llenar el frigorífico de tonterías. Dejé de comer en restaurantes para garantizar que la grasa la ponía yo, no un chef pringado en mantecas. Empecé a leer revistas deportivas para empaparme más de los temas. Aprendí que es mejor comer seis veces al día, que tres.

La internalización tardó dos años. Pero valió la pena. Sigo sin durar más de 8 meses seguidos en un gimnasio; de vez en cuando me dan antojos de pizza y de chicharrón, nada como unas papas fritas con ketchup, hay que decirlo...
Pero logré limitar la ingesta de calorías y ese "sufrimiento" inicial pasó a convertirse en la cotidianidad. Y si bien mi genética ayudó para conseguir el resto, creo haber logrado modificar mi metabolismo de tal manera que sólo volviendo a mis malas mañas anteriores podría volver a engordar de nuevo.

Y es gracias al espejo que no volveré a caer en ellas.

lunes, 7 de septiembre de 2009

La envidia de María Eugenia y dos historias más


  • Peso: 90.5 (-11.1)

  • Días para la maratón: 47





"Oh Dios esta adicción a los carbohidratos tienen un efecto secundario: ¡la envidia! Debo dejar de comerlos. T.Q.M. Maru, la bruja envidiosa".


El texto que encabeza esta entrega lo escribió María Eugenia, una amiga de mis tiempos de universidad.


Por aquellos años, cuando les iba a contar a mis amigos algo relacionado con ella, me refería a "la mujer más bonita del mundo" y todos sabían inmediatamente de quién les estaba hablando. Internet todavía no había llegado a nuestras vidas, por lo tanto, no podía sustentar mis palabras con imágenes.


De modo que mis amigos me creían y suspiraban imaginándose la belleza de María Eugenia y envidiando mi suerte por tener no solo de compañera de estudios sino también de amiga a esa hermosura de mujer.


No sé si le conté esto a María Eugenia alguna vez, pero ya era hora de que se enterase.


Hoy, gracias a las redes sociales, me doy cuenta de que a sus 30 y tantos María Eugenia puede -con sobradas razones- seguir llevando el título que yo le di.


Sin embargo, ella dice que me envidia.


Por un lado me halaga el piropo, sobre todo viniendo de la mujer más bonita del mundo. Por el otro, podría hacer una reflexión sobre la diferencia entre estar delgado y estar sano, pero de eso se encarga gente que sabe mucho más que yo del tema.


Finalmente, Maru, si crees que tienes que adelgazar (a pesar de que tu belleza permanece inalterada por los años), no tienes que dejar de comer ni carbohidratos, ni grasas, ni proteínas.


Al contrario, tienes que seguir comiendo de todo. Los carbohidratos, sobre todo, son los que te van a dar la fuerza de voluntad -que también dices que me envidias- para perder esos kilos que tú crees que te sobran. Insisto, a mi me parece que no te sobra nada, pero en fin.


Antes de conocer a María Eugenia, compartí unos años de secundaria con Amelia. Ella era mi amor secreto. Tan secreto que nunca le dije nada. No porque no quisiera, sino porque me quedaba mudo ante su presencia. Es decir, no podía hablar. Punto.


Todavía recuerdo la marca de perfume que utilizaba y hasta hoy, cuando siento ese aroma en alguna mujer, suspiro con nostalgia por aquellos años.


Como suele pasar en estos casos, ella empezó a salir con mi mejor amigo, así que lo que yo pudiera sentir quedó, además de silenciado, sepultado en nombre de la amistad.


También. Si no se enteró antes, se está enterando ahora.


Por una de estas carambolas a tres bandas que ocurren en Facebook, esta semana me conecté con ella después de casi 25 años de no vernos ni saber el uno del otro.


Y de pronto me acordé que Amelia siempre me decía: "si adelgazas un poquito vas a ser un bombón".


No sé si con un cuarto de siglo más a cuestas se cumplirá el pronóstico, pero ese recuerdo es un gran estímulo para seguir con este esfuerzo.


Como es un estímulo también el correo que me manda mi amigo Juan Cruz Sanz, joven figura del nuevo periodismo argentino.


"¡Voy abrir una sucursal! Me convertí, sin quererlo, en un eterno inscripto a las maratones que, por h o por b, nunca corro. Con algunos años menos y con un poco menos de kilos, asumí un desafío...!"


Bueno, se imaginan el resto. Juan va a correr una carrera de fondo y para lograrlo tiene que perder unos cuantos kilos.


Ánimo, Juan, y, por supuesto, cuenta conmigo para lo que quieras.


Ahí está. La envidia de María Eugenia y dos historias más.

Hasta la próxima.


miércoles, 26 de agosto de 2009

Correr sin parar

  • Peso: 91.0 (-10.6)
  • Días para la maratón: 59




Ha pasado tiempo desde mi última entrada. Este año no tuvimos vacaciones de verano. Así que la realidad nos ha impuesto que nos ocupemos de nuestros tres niños sin descuidar nuestras obligaciones habituales.


En mi caso producir y sacar al aire un programa diario de radio, producir una serie de micros radiofónicos para una organización internacional, hacer trámites relacionados con la formación de mi compañía, entretener, alimentar, bañar y acostar a mis tres bebés de lunes a jueves. Exceso de estrés. Nada bueno para el ejercicio.


En medio de todo esto, tuve que ir a una reunión internacional de cinco días a siete husos horarios de distancia en la que me pasé 10 horas diarias trabajando y otras siete u ocho entre hacer relaciones públicas, ver amigos y pasear por la ciudad. Exceso de trasnocho, comida y alcohol. Nada bueno para el ejercicio.


Sin embargo, no he faltado a ni una sola de mis citas con el asfalto. He tenido que madrugar más, ajustar horarios, correr en lugares desconocidos, acostumbrarme a respirar a 2600 metros de altura, dar vueltas a un parquecito mínimo, usar una odiosa máquina de gimnasio, derrotar al sueño, superar el jet lag pero he logrado cumplir con todas mis jornadas de entrenamiento.


Eso, y que ya perdí la mitad del peso total que quiero perder, son dos cosas que tienen muy contento y, por primera vez, con la certeza de que voy a lograr mis dos metas: perder 21 kilos y correr 42 kilómetros.

Superada la primera mitad de esta cuesta, mi amigo personal y maratonista británico Will Grant nos habla en su podcast de las colinas de verdad y de cómo nos ayudan a entrenar.




Descargar mp3

miércoles, 12 de agosto de 2009

La barrera sicológica

  • Peso: 91.6 (-10.0)
  • Días para la maratón: 73





Entre alguna irregularidad involuntaria en mi plan de entrenamiento y un par de infracciones serias a mi código de conducta alimentaria, parecía que en las dos semanas que nos separan de la última entrega de este blog no iba a lograr adelgazar nada.


De hecho, me pesé dos veces en días no previstos (mi día de balanza es el domingo en la mañana) y una vez seguía pesando lo mismo y la siguiente vez hasta había aumentado de peso.

Pero el domingo en la mañana, después de una sesión de 75 minutos de trote, me pesé y ocurrió. 10 kilos menos. Todavía me intriga la precisión de la medida. Podían haber sido 9,8 o 10,3. Pero no. Exactamente 10 kilos menos de los que pesaba el 29 de abril.

Se trata, como digo en el título de esta entrega, de una barrera sicológica. Adelgazar seis o siete kilos es muy meritorio. Pero poder decir que adelgacé 10 kilos solo con ejercicio y comiendo sanamente me llena de satisfacción y me reafirma en mi certeza de que mi "método" es el más adecuado para perder peso sanamente.

Haber superado esa barrera, además, me da la sensación de que -aunque todavía me falta perder 11 kilos para lograr un peso sano- de aquí en adelante todo va a ser más fácil.

Quedan con Juan Ignacio Cortiñas.





Ni tan femme fatale



Cuando lean esta frase que viene a continuación, algunos lectores se alegrarán enormemente y otros pegarán el grito en el cielo. Hay que arriesgarse:
"La grasas son indispensables para el funcionamiento del cuerpo humano y deben formar parte de la dieta diaria de las personas".
Listo. Dicha está. No se ha caído el cielo ni vendrá un ángel justiciero a cargarse el teclado con el cual estoy escribiendo (espero).
Aunque estén denostadas por toda clase de programas y regímenes alimenticios, consejas populares y bikinis televisivos, el consumo de grasas es absolutamente indispensable.
El problema es, miren ustedes, la cantidad (y la calidad) de la grasas, de esa femme fatale de todos aquellos que tienen unos kilos de más.
Más allá de las recomendaciones de todos los organismos de salud, que dicen que el 30% de las calorías diarias ingeridas deben provenir de los lípidos (sacando cuentas con facilidad, para un promedio de 2.000 calorías diarias, son unas 700), su consumo ayuda a nutrir al cuerpo de algunas vitaminas esenciales, forman parte de todos los tejidos corporales, mantienen en su sitio a órganos tan importantes como el corazón o el hígado (no existe un músculo que los "agarre") y son la principal fuente de energía.
Lo "malo" es que, cosas de la vida, las grasas dan también textura y sabor a los alimentos. Aquí está la clave del problema: como todo sabe más sabroso cuando tiene grasa, solemos consumirla más de la cuenta. Si a eso se le suma otra desmesura, la de la ingesta de carbohidratos (los cuales se transforman en grasa cuando el cuerpo no los utiliza, mira tú qué paradójico), el exceso de calorías tiende a adueñarse de nuestras partes más visibles, y a taponar arterias, fatigar al cuerpo, hacernos regalar cestos y cestos de ropa que ya no sirve y ponernos los niveles de colesterol -que es una grasa- por las nubes.
Existen grasas mejores que otras. Deben conocerlas: las saturadas (sólidas a temperatura ambiente) y las insaturadas (como los aceites). El consumo de estas últimas es el más adecuado, pero no porque unas tengan menos calorías que otras, sino porque las primeras serán las responsables de una futura arterioesclerosis.
Pero lo que realmente importa, lo que realmente debe ser tomado en cuenta, es que aquellas personas que quieran disminuir su porcentaje corporal de lípidos deben hacer un esfuerzo (sobrehumano, lo sé), para disminuir paulatinamente su consumo, pero sin eliminarlo por completo.
Se pueden hacer pescados y carnes a la plancha, con un poco de aceite; se debe tomar leche semidescremada, porque la grasa ayuda a absorber la vitamina D; se debe echar siempre un chorrito de aceite vegetal sin calentar encima de los alimentos.
Pero no se debe hartarse uno de frituras, churrascos, pasteles, helados y otras "maravillas".
Cuando decidí rebajar de peso me propuse eso mismo: menos fritos, menos excesos y menos servilletas semitransparentes tratando de secar medio kilo de papas fritas. Fue un proceso lento -porque el cuerpo seguía recibiendo lípidos y tardaba más tiempo en sintetizar los que tenía de reserva-, pero al final valió la pena. Una vez que logras que el cuerpo no sienta la necesidad de aumentar sus reservas calóricas, contribuyes a regular el metabolismo y mantener un peso adecuado.
Pero para ello hay que cerrar el pico y comer menos.
En la próxima ocasión, les daré algunos datos más sobre los lípidos y unos consejos sencillos para comerlas sin remordimientos de conciencia, y para evitar -eso sí, por favor- las llamadas grasas trans, que ésas sí son malas malísimas.
























miércoles, 29 de julio de 2009

Mi "dieta" para adelgazar

  • Peso: 92,4 (-9,2)
  • Días para la maratón: 87


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La premisa fundamental de este esfuerzo que estoy haciendo es que se puede perder peso y entrenar al mismo tiempo sin recurrir a sacricios extremos de ningún tipo.

Es decir, sin morirse de hambre y sin matarse haciendo ejercicio. Y sin consumir esos "suplementos alimenticios naturales" que no son otra cosa que laxantes caros.

De hecho, en varios de mis videos y en algunos de mis textos ataco la idea de las "dietas" por considerarla absurda, contraproducente y peligrosa.

Por eso, no estoy siguiendo ninguna dieta. Cuando se lo digo a la gente, muchos me miran incrédulos. En su mente está que perder peso tiene que pasar por castigar a ese gordo glotón que llevamos dentro (y fuera) negándole, no ya lo que le gusta, sino su misma posibilidad de subsistir.

Yo he aprendido por experiencias propias y ajenas que eso solo conduce al fracaso. Y que el gordo glotón después de poco tiempo va a volver a atragantarse de las cosas "malas" que más le gustan, y por partida doble, para compensar -pobrecito- el injusto castigo al que fue sometido.

De hecho, si miran mis notas (a las que, por cierto, tengo abandonadas desde hace dos o tres semanas) van a ver que en el transcurso de estos 90 y tantos días he comido pasteles de chocolate, pastas, pan, he tomado varios tipos de bebidas alcohólicas y otros cosas "prohibidas".

Lo que yo sí hago es seguir algo parecido a un ritual. Después de todo, comer es un asunto de hábitos.

Lo que viene a continuación va a ser la única cosa lejanamente parecida a un "método para adelgazar" que van a encontrar en este blog. Creo que en el camino a dejar de ser gordos cada uno tiene que encontrar su propia fórmula y avanzar a su propio ritmo.

Bueno, mi ritual incluye el consumo diario de cuatro alimentos que para mi son fundamentales, me gustan y, además, me hacen bien.

  • Frutos secos (maní, avellanas, nueces, macadamias, almendras)
  • Leches fermentadas (yogurt, kéfir, labne, leche agria)
  • Chocolate oscuro (con café, con trocitos de cacao, solo, con chile)
  • Cerveza (rubia, negra, tostada) o vino tinto (¿hay otro?)

Las virtudes de cada una de estas cosas, y su aporte a un "plan" para bajar de peso están ampliamente documentadas en internet y en la bibliografía seria, así que no me voy a hacer el experto que no soy para explicarlas.

Lo que sí les voy a contar es que he logrado encontrar un lugar para cada una de estas cosas en las cinco comidas que tomo al día (otro de los "secretos", comer muchas veces para acelerar el metabolismo y eliminar el "picoteo" entre comidas).

Disfrutar de esa cerveza helada, esas almendras, ese vasito de labne con especias o ese trocito de chocolate negro, compensan cualquier cosa que pueda parecer un sacrificio en este plan de perder 21 kilos y correr una maratón antes de los 42.

domingo, 19 de julio de 2009

Mis maestros del azúcar

Peso: 92.9 (-8.7)
Días para la maratón: 98





Esta semana termina mi curso de repostería. Bueno, técnicamente el curso se llama "Masas batidas" y se trata, básicamente, de aprender a hacer distintos tipos de bizcochos.


La verdad es que fue un desafío tratar de aprender todas esas técnicas, trabajar con todos esos ingredientes exquisitos y degustar los resultados sin dinamitar los cimientos de mi plan de adelgazar 21 kilos.


Por suerte, nunca me gustó demasiado el azúcar. De hecho, una de las cosas que me atrajo del curso es que en la filosofía de la escuela (y del restaurant que tienen los mismos socios) se declaran contrarios a lo que llaman "la dictadura del azúcar".


Es decir, que se pueden hacer postres deliciosos echando mano de la creatividad y de otros ingredientes más allá de los tradicionales.


Por eso, el curso fue más un aprendizaje para el gastrónomo que quiero ser y menos una tentación para el goloso que nunca fui.


Tengo que reconocer, sin embargo, que hicimos algunas degustaciones en las que me tuve que contener y hasta recordar mis técnicas para dejar de fumar para evitar atragantarme de helados, tortas, cremas y otras preparaciones primorosamente reunidas en forma de postre.


Además, a esta hora estoy soñando con los brownies de chocolate negro y avellanas que me estoy reservando para el desayuno de mañana.


Mientras tanto, sigo con mi entrenamiento de maratón, que esta semana -la primera- fue más suave de lo que yo hubiera esperado.


De técnicas de entrenamiento -especialmente de fartlek- habla mi amigo personal y maratonista británico, Will Grant, en su podcast de esta semana.




Descargar mp3

viernes, 10 de julio de 2009

Ahora sí, a entrenar

Días para la maratón: 105
Peso: 94,6 (7,0)



Esta entrega se publica con atraso. Por mi viaje a París y circunstancias familiares, apenas hoy pude sentarme a ponerme al día.

Justamente hoy comienza el periodo de 15 semanas de entrenamiento para la maratón.

Por el lado de los kilos, ya tengo recorrido un tercio del camino (7 de 21 que aspiro a perder).

Claro que después de 75 días en este plan me hubiera gustado que fueran más. Pero por tratar de llegar más rápido a esa meta, me enfermé y perdí casi tres semanas de ejercicio.

Así que en los entrenamiento de la maratón voy a poner en práctica lo aprendido. Ir poco a poco me va a llevar más lejos.

Por ahora quedan con mi amigo personal y colega de la universidad, Juan Ignacio Cortiñas. Más abajo les hablo de mi plan de entrenamiento.


Jessica Rabbit en el plato o de por qué las malas siempre están muy buenas (II)



La última vez que colaboré en el blog de mi querido amigo José, dilucidábamos sobre el papel de los carbohidratos en esta película que es un régimen alimenticio. Quedaba en el aire la duda: ¿son buenos?, ¿son malos? ¿Bipolares?
La clave está, como en las buenas películas de suspenso, en un carácter recóndito que puede hacer que un personaje aparentemente bondadoso, como un donut bañado en jarabe de azúcar, pueda ser más maluco que una ración de garbanzos hervidos. Ese “toque de locura” lo da el IG, o dicho en román paladino: el índice glicémico.
Este índice (también llamado glucémico) está basado en los niveles de glucosa plasmática que un carbohidrato es capaz de alterar cuando es consumido. ¿Qué quiere decir eso? Sencillo: un carbohidrato con un alto IG libera glucosa a una velocidad más rápida. Algo así como un chute de energía.
Esto no tiene por qué ser nada malo; de hecho, las personas que realizan grandes esfuerzos físicos –gimnastas, levantadores de pesas- necesitan consumir este tipo de carbohidratos durante el entrenamiento, pues con ello obtienen energía con mucha rapidez para seguir dale que te dale a la mancuerna. El problema es cuando esa energía se ingiere pero no se gasta, pues se transforma en… Jessica Rabbit.
¿Por qué ocurre esto? Porque el cuerpo humano es así de tacaño. Cuando recibe energía de sobra, la guarda en forma de grasa.
Los carbohidratos simples suelen tener un IG mucho más elevado: son energía pura que el cuerpo obtiene a los pocos minutos de haber sido ingerida; los complejos, al estar compuestos principalmente por almidones, tardan más tiempo en ser metabolizados. Aunque, como siempre ocurre, no existe un patrón inamovible.
Para aquellas personas que necesiten perder peso, los carbohidratos con un alto IG (pan blanco, azúcares, y sus combinaciones: donuts y demás bollería y pastelería) podrían ser efectivos cuando están haciendo ejercicio, pues obtendrán energía inmediata para seguir con sus largas caminatas. Para eso están esas bebidas energéticas con alto contenido en glucosa. Pero, en el momento en que estén tirados en un sofá, son el antojo a vencer.
Los carbohidratos con bajo IG (pan integral, legumbres, vegetales, frutas, arroces largos e integrales, frutos secos) sirven para reponer lentamente a un cuerpo gastado de tanto esfuerzo y, como en su mayoría tienen elevados índices de fibra, “llenan” más rápidamente el estómago y contribuyen a comer menos.
Sí, lo sé, son menos atractivos y sabrosos. Pero lo importante es seguirse alimentando bien y perder esos kilitos de más, ¿cierto? Pues eso.
Como resumen: traten de evitar carbohidratos con alto índice glicémico. En Internet encontrarán miles de listas para identificarlos.
En la próxima de mis colaboraciones prometo hablarles de las grasas, esa femme fatale.




Por recomendación de Will Grant, el plan de entrenamiento que voy a seguir es el de Mike Gratton, que ganó la maratón de Londres en 1983, y que sigue siendo un referencia después de todos estos años. Por algo será.

Mi objetivo es tratar de terminar en menos de cinco horas. Por dos razones. La primera es porque creo que puedo hacerlo. La segunda es que a las cinco horas de comenzada mi maratón vuelven a abrir las calles y recogen la meta.

De modo que no tengo muchas más opciones si quiero proteger mi integridad y que quede algún registro de mi esfuerzo.

Ahora me voy, que quiero trotar un poco antes de desayunar.

miércoles, 1 de julio de 2009

Recuperarse en París

  • Días para la maratón: 115
  • Peso: 95,3 (-6,3)

La cosa es así: faltan diez días para el arranque formal de mi entrenamiento para la maratón, sigo con tos y dolor de espalda y, a causa de mis dolencias, esta semana solo logré perder 200 gramos.

Comparada con una carrera de fondo mi situación actual debe ser como estar en el kilómetro 9 de una maratón. Ese momento en el que uno se da cuenta de que ha avanzado poco, todavía le falta mucho y el desafío se presenta más grande de lo que parecía en un principio.

Tengo que seguir en mis esfuerzos de recuperarme, no cabe duda. La tos y el dolor de espalda son cosas que no se pueden ignorar en un plan de entrenamiento. Pero tengo que romper el círculo vicioso de no entrenar porque me siento mal y sentirme mal porque no entreno.

Este debe ser, supongo, el momento en el que los atletas de élites y los equipos de futbol millonarios contratan a un sicólogo, a un orador motivacional y a un instructor de yoga para quitarse el estrés, mantenerse concentrados y lograr la armonía con el universo.

Además, tengo esta semana el compromiso de cuatro días intensos de trabajo. Es decir, poco tiempo para entrenar.

Ah, y mi trabajo va a ser en París, que -ya se sabe- es la capital universal de la comida sabrosa.

Como yo no tengo ni sicólogo, ni motivador ni instructor de yoga, supongo que tendré que echar mano de mis propios recursos para enfrentar este panorama.

Desayunaré un croissant en vez de dos, haré ejercicio a la orilla del Sena para tener el aliciente adicional del escenario y en las esquinas haré como que no veo a los vendedores de baguettes calentitas rellenas de queso brie cremosito.

Si lo logro, de aquí en adelante esta carrera de fondo será en bajada. O, al menos, un poquito más fácil.

martes, 23 de junio de 2009

El cuerpo se rebela

  • Días para la maratón: 123
  • Peso: 95,5 (-6,1)

En una entrega anterior les hablaba de cómo el exceso de entusiasmo puede arruinar el mejor plan de ejercicios para perder peso.

Mi intención en esa oportunidad era presumir de precavido y mostrar la certeza de que eso, a mi, no me iba a pasar. Al menos no esta vez.

Bueno, lo cierto es que el viernes me levanté con algo de malestar, como un resfriado incipiente. Sin embargo, salí a correr. Hasta le subí el límite superior al monitor de pulso para que no me molestara con su pitito si me pasaba de esfuerzo.

Indestructible. El hombre de acero. El cuarentón con sobrepeso que puede correr más de 70 kilómetros en una semana, levantándose a las 5 de la mañana todos los días.

No, dijo el cuerpo.

¡No, señor!, lo escuché protestar el sábado en la mañana cuando el resfriado se manifestó abiertamente y no me dejó levantarme.

¡De ninguna manera!, dijo ya fuera de sí el sábado en la tarde, cuando el simple gesto de estirar el brazo para darle la mano a mi hija me provocó en la espalda el calambre más intenso de mi vida.

El domingo, completamente afónico y casi inmovilizado por el dolor, decidí consultar mi literatura sobre el ejercicio de correr y sobre maratones.

Pero ahora les dejo con mi colega de la universidad y amigo personal Juan Ignacio Cortiñas y más abajo les cuento lo que descubrí.

Jessica Rabbit en el plato o de por qué las malas siempre están muy buenas (I)



Imagínense la escena: en esta película que es un régimen, las grasas suelen jugar el papel de Jessica Rabbit (ah, esas mujeres fatales), las proteínas siempre tienen cara de buenas (y, por tanto, predecibles) y los carbohidratos son... bueno, nunca se sabe realmente qué características darles.

Son personajes complejos, circulares.

El pan, por ejemplo, ha sido demonizado -con lo rico que es-. Al azúcar refinado suele vérsele en malas juntas con los lípidos (una tableta de chocolate con leche es casi un ejemplo de asociación ilícita) y los siropes y mermeladas, que son untados lentamente encima de una crepe, casi un caso flagrante de lujuria que va contra las buenas costumbres -alimentarias- de la gente decente.

Los carbohidratos son la energía que necesitamos todos los días. De hecho, no se recomiendan dietas exclusivas de proteínas, por los desórdenes que producirían en la maquinaria corporal.

Existen carbohidratos simples -que se transforman en energía con rapidez- y carbohidratos complejos -cuya descomposición en glucosa es mucho más lenta-. Los simples, sobre todo los azúcares de mesa, pueden conllevar a un exceso de calorías y, sino se transforman en energía, el cuerpo los almacenará en forma de... Jessica. Por eso es conveniente comerlos, sobre todo, a primeras horas del día.

Los carbohidratos complejos -cereales, tubérculos, legumbres, verduras- deben conformar una parte vital del régimen alimenticio. Pero, para que sean más efectivos, es preferible consumir aquellos con un alto contenido de fibra en las noches.

En la próxima entrega seguiré hablándoles de este personaje y dilucidaremos, por fin, si es un héroe o un villano.

No se pierdan el final de la película.


Bueno, me cuentan mis libros, y la información especializada que me sugirió mi amigo Will Grant, que a veces las piernas, los pulmones y el entusiasmo dicen que sí, pero el sistema inmunológico dice que no.

Claro, el cuerpo, por cumplir con ese esfuerzo que le estamos demandando, pone todos los recursos en conseguirlo, pero necesita aflojar por el lado de las defensas para lograrlo.

Y, claro, si ocurre que hay un virus por ahí, pues le va a tocar al que tiene las defensas más bajas.

Lo mismo con los músculos. Si no se descansa suficiente, no se estira bien, se les exige demasiado, los músculos acumulan ácido láctico y otras sustancias que terminan por provocar calambres y otros inconvenientes.

De manera que estuve tres días de descanso y apenas esta mañana salí, con mucha cautela a hacer media horita de ejercicio en vez de mis 60 minutos de siempre.

Y así lo voy a hacer las próximas dos semanas. No importa que la balanza diga lo mismo que la semana anterior. Me voy a demorar más, pero quiero tener la certeza de que voy a llegar a las dos metas.

La de los 21 kilos y la de los 42 kilómetros.

martes, 16 de junio de 2009

Un compañero en la muñeca

  • Días para la maratón: 130
  • Peso: 95,0 (-6,6)



No soy amigo de los aparatos. Y no es que me disguste la tecnología. De hecho, la tecnología me encanta cuando es útil. Pero esos artefactos que pueden ejecutar 500 funciones, de las cuales el usuario promedio solo utiliza tres, me producen mucha desconfianza.

Uno de esos casos en los que la tecnología me parece útil es mi monitor de pulso cardiaco (¿sera cardiaco o cardíaco?). Es un reloj. Ni más ni menos. Pero este va conectado a una cinta que se coloca alrededor del pecho y mide las pulsaciones de mi corazón.

Cuando no sabía cómo utilizarlo, para mi el monitor de pulso era una cosa que servía para comparar cuántas veces latió mi corazón ayer y cuántas veces hoy.

Pero poco a poco he aprendido a usarlo y hacerlo que trabaje para mi. Me dice cuándo voy rápido, cuándo demasiado lento, cuántas calorías quemé, cuántas de esas calorías provinieron de la grasa que tengo acumulada en el cuerpo.

Esa es la información que da el que yo tengo. Los hay también con localizador satelital, memoria de hasta 99 sesiones de entrenamiento, conexión inalámbrica a la computadora y hasta altímetro. Pero ahí ya estamos hablando de lo que les decía antes, las 500 funciones, de las cuales solo se terminan utilizando tres.

Por ahora, mi modesto monitor con sus pocas funciones me está ayudando mucho a lograr mi meta: 21 kilos menos y correr una maratón en 180 días.

Pensé en todo esto esta mañana, cuando le ajusté la cifra correspondiente a mi peso y me di cuenta de que ya perdí más de seis kilos y medio desde que empezó esta historia. Y mi monitor de pulso -mi compañero en la muñeca- estuvo ahí, ayudando a quemar cada gramo.

Quedan con mi amigo personal y maratonista británico, Will Grant. Escúchenlo. Nos vemos la semana que viene.


Descargar mp3

martes, 9 de junio de 2009

300 gramos más, un agujero menos

  • Días para la maratón: 137
  • Peso: 96,7 (-4,9)

La misma historia de la semana pasada. Me pesé. 300 gramos más. Esperé. Lo mismo. Esperé hasta hoy. Otra vez.

También es verdad que el viernes terminó con pizza, el sábado en un restaurant gallego y el domingo en una taberna vasca. No es el mejor menú para alguien que quiere perder 21 kilos, supongo.

Me justifico ante ustedes como me justifiqué ante mi mismo. La semana pasada mi amigo Will, que sabe de maratones, me dijo que está bien no ser un dictador para entrenar. Además, tenía alguna celebración pospuesta (nuestros diez años juntos) y se presentó una circunstancia inusual (la abuela se quedó con los niños).

Así que entrené un poco menos, aprovechamos la circunstancia inusual y celebramos.

A pesar de todo, esta semana el cinturón llegó al último agujero. Hace menos de un mes que le abrí dos huecos adicionales. El primero lo necesitaba en ese momento. El segundo esperaba usarlo, pero no tan pronto.

Aunque la ropa me quede mejor y haya perdido centímetros y no gramos, sé que tengo que seguir mirando lo de la alimentación. Y de eso se trata la columna de hoy de mi amigo Juan Ignacio Cortiñas. Quedan con él y nos vemos más abajo.



No pasar hambre



Nuestro ritmo de vida nos obliga a desayunar mientras nos duchamos, a almorzar mientras terminamos de enviar un informe por email, y a cenar todo lo que no nos pudimos comer durante el resto del día. Más allá de comer sano, de bajar el consumo de grasas y de evitar comidas con muchas calorías antes de dormir, es importante saber distribuir la cantidad diaria de alimentos, de tal manera que nunca se pase hambre. En esto, hay que decirlo, los científicos aún no se ponen de acuerdo: algunos dicen que una persona debería comer unas 17 veces al día; otras opinan que con una sola toma diaria es suficiente. Otros nos invitan a ayunar una vez a la semana (¡ja!).

Pero como el caso que nos toca aquí es ayudar al cuerpo a reducir esa grasa imbricada entre los músculos, y la idea no es estar soñando todo el día con chuletas de cerdo y otras frituras -¿cierto, José?-, una de las soluciones que a mí me funcionó para reducir de peso fue comer cinco veces al día.

Se entiende: los tres golpes diarios de siempre más dos meriendas.

Este punto es importante: hay que dividir lo que antes se comía en tres tandas a hacerlo en cinco. La explicación es muy sencilla: cuando el cuerpo siente que le va a faltar alimento, hace lo posible por guardar reservas, no vaya a ser. Y esas reservas, la grasa, son más fáciles de formar que de deshacer. Además, si se come cinco veces al día, se activa en igual número de ocasiones el sistema digestivo, lo cual favorece un aumento en el metabolismo con el consiguiente gasto energético. Ingieres la misma cantidad de calorías, pero gastas más. Matemática pura.

Como no tenemos tiempo para estar todo el día metidos en la cocina, esas dos meriendas (a media mañana y a media tarde) pueden ser unos 50 gramos de frutos secos (preferiblemente almendras sin sal), un sándwich o cualquier alimento sólido; el clásico tentempié que tanto disfrutan los deportistas. Con esto agobias el hambre por un rato, activas el estómago y te sientes un poco más lleno para cuando llegues a la cena, que, como les explicaré más adelante, debe ser nutritiva pero no muy calórica.

Faltan un poco menos de 20 semanas para la maratón. A comienzos de julio empiezo el plan de 15 semanas que pienso seguir para tratar de cruzar la meta en menos de cinco horas. Por eso, tengo que tratar de perder todo el peso que pueda en junio y estar más liviano para encarar ese entrenamiento.

Quiero aprovechar para darle las gracias a todos los que se sumaron al grupo en Facebook. Esas casi 200 miradas solidarias me ayudan a levantarme de madrugada y a no olvidarme de que además del que tengo conmigo, también tengo un compromiso enorme con ustedes que confían en mi.

martes, 2 de junio de 2009

El fiel infiel

  • Días para la maratón: 144
  • Peso: 96,4 (-5,2)



Como todos los lunes, descansé. Como todos los lunes, me pesé. ¡98 kilos! 98 kilos. ¡300 gramos más que la semana anterior! No fueron 300 gramos menos, que también hubiese sido muy decepcionante, sino 300 gramos más.

"Aquí pasa algo raro", pensé. Digo, era lo menos malo que podía pensar después de haber completado una semana en la que salí seis días, hice una jornada de dos horas y otra de tres, recorrí cerca de 65 kilómetros y quemé más de siete mil calorías.

Los que saben de esto dicen que el descanso es necesario para asimilar el ejercicio. No sé si fue eso o qué, pero 24 horas y cuatro visitas al baño después de aquella deprimente mañana del lunes, la balanza marcaba el peso que ven en el encabezado del blog: 96,4 kilos.







Por Will Grant




Me queda claro que además del ejercicio también debo haber asimilado algunas otras cosas que expulsé en el transcurso de esas 24 horas.

Lo cierto es que la experiencia me hizo pensar en que tengo que mirar más cómo me siento entrenando, cómo me veo en el espejo, cómo estoy de ánimo, cómo me queda la ropa, en vez de fijarme únicamente en el numerito que me dice la balanza.

Porque a veces, como el lunes 1º de junio de 2009 en la mañana, el fiel de la balanza puede serme infiel.

Si leyeron hasta aquí, ya lo vieron. Mi amigo Will Grant con sus recomendaciones para entrenar y, sobre todo, tomárselo con filosofía. Si no lo han hecho, por favor, opriman play.

martes, 26 de mayo de 2009

Sigo bajando, pero más lento

  • Días para la maratón: 151
  • Peso: 97,7 kg (-3,9)



Como todos los lunes, me pesé y me medí. Apenas 600 gramos en una semana. Menos de dos centímetros perdidos en la cintura. Nada que ver con los cuatro centímetros y medio de la semana anterior y los casi dos kilos y medio de la primera semana.

Tal vez está ganando músculo al tiempo que pierdo grasa. Eso explicaría la poca pérdida de peso, pero ¿los centímetros? Será que esta semana comí un poco menos adecuadamente. Me vendría bien un poco de orientación sobre cómo comer para bajar de peso y terminar la maratón.

Por suerte tengo amigos que me apoyan, y esta semana se suma al blog otro más. Es mi querido colega de la universidad, Juan Ignacio Cortiñas. Los dejo con él y nos vemos al final de su columna.

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La importancia de la palabra

Hablar de lo horrorosas que son las dietas es caer en un lugar común tan poco fascinante como darse un martillazo en un dedo. Por lo tanto, y con la venia de José, eliminaremos esa palabra de nuestro vocabulario.

Hay una palabra que es más adecuada, amable, casi simpática. Se llama régimen (alimenticio, se entiende). Seguir un régimen alimenticio es la mejor manera de alcanzar, poco a poco, un peso corporal acorde con los deseos de uno. Para lograrlo no hace falta seguir normas tatcherianas, ni graparse la boca de por vida. Ni siquiera morderse los codos ante la inminencia de un flan con nata montada.

Para seguir un régimen hace falta conocer unas pocas normas, cambiar ligeramente los hábitos alimenticios y leer. Sí, leer: leer la información nutricional de todo lo que uno consume, para así saber con cierta precisión cuántas calorías se está metiendo uno entre pecho y espalda. Para moderar, por tanto, esas ansias de comer. Y para matizar, por supuesto, el ratón moral que nace al momento de deglutir la última cucharada de helado con brownie.

Yo no estudié nutrición, ni memoricé doscientos libros sobre cómo comer mejor. Sencillamente aprendí sobre la marcha algunas recetas para comer adecuadamente sin quedarme con hambre ni ganas de un postre delicioso. Sin normas escritas, en el año 2000 bajé de 84 a 68 kilos en un año. Y logré cambiar mi metabolismo, de tal manera que ahora me cuesta engordar.

Mi peso actual son 73 kilos.

Como ya se me acaba el espacio prestado en este blog, termino con el primer truco para llevar a cabo un régimen adecuado: si no puedes vivir sin un helado, si el chocolate es más fuerte que tú, cómelos en el desayuno. Así tendrás todo el día para quemar esas calorías "extra".


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Gracias, Juan Ignacio. Te veo en dos semanas.

Bueno, está claro. Nada de dietas y comer bien. Lo que voy a empezar a tratar es ver cómo funciona eso de matar las ansias en el desayuno. Menos mal que no soy de comer helados. Igual no sé cómo voy a hacer para tragarme unas chuletas de cerdo con papitas a las ocho de la mañana delante de mis hijos mientras los convenzo de que se terminen el cereal.

Mientras tanto, sigo corriendo.

martes, 19 de mayo de 2009

Llegan refuerzos

  • Días para la maratón: 158
  • Peso: 98,3 kg (-3,3)*

Estas semanas estoy concentrado en perder peso. Eso quiere decir que mientras modero lo que como, el ejercicio también tiene que ser de intensidad moderada para que así el cuerpo extraiga energía de la grasa acumulada y no de los alimentos que como o, peor todavía, de los mismos músculos que necesito para hacer ejercicio.

Al menos esa es la teoría. Mi experiencia personal y la explicación de muchos de mis fracasos anteriores en mis intentos por tener una vida activa es que no hay que dejarse llevar por el entusiasmo.

Al poco tiempo de empezar hacer ejercicio, uno comienza a sentir mejor. Los científicos dicen que es por la secreción de las endorfinas. Lo cierto es que ese entusiasmo a veces nos hace que nos saltemos etapas en el entrenamiento.

Yo, por ejemplo, pasaba de caminar 45 minutos una semana a querer correr 1 hora todos los días los siete días de la siguiente. Y el cuerpo, claro, no aguantaba el trote, literalmente, y reclamaba su descanso.

Lo cierto es que yendo poco a poco me estoy sintiendo bien, ya bajé más de tres kilos, le abrí un hueco nuevo al cinturón y he perdido centímetros en la cintura, la panza y los muslos. Además, como promete el título de esta entrega, llegaron refuerzos.

Es mi amigo personal, Will Grant, que cada dos semanas va a compartir sus recomendaciones sobre cómo motivarse y cómo entrenar para una maratón.

Además del apoyo de Will, que es monumental, creo que probablemente tal vez y a lo mejor mi esposa, Cecilia, quizá considere la posibilidad de también entrenarse y correr la maratón.

La verdad es que hoy es uno de esos días en que uno cree en la generosidad de la vida.

*La semana pasada había perdido 2,4 kilos y no 1,4 como calculé inicialmente. Por eso el salto de casi dos kilos entre esta semana y la pasada.

martes, 12 de mayo de 2009

Volver a correr

  • Días para la maratón: 165
  • Peso: 99,2 kg (-1,4)



Como mucha otra gente, he tenido una vida activa con altas y bajas. Hace apenas dos años corría con frecuencia, más de tres veces por semana, y a lo largo del 2007 participé en tres carreras de 10km y en una media maratón.



Participar es, creo, la palabra más precisa para definirlo porque mi papel en esas carreras se limitó a ser parte de esos 150, 600 0 2000 "atletas", según el caso, que servían de "extras" -como en las películas- a los que van a ese tipo de competencias a terminar los 10km en menos de media hora y la media maratón apenas por encimita de los 60 minutos.



Yo no. Mi mejor tiempo en los 10km fue 1 hora y cuatro minutos. Para la media maratón, paré los cronómetros en 2 horas 34 minutos. No era exactamente un rompedor de récords, es lo que quiero decir.



Pero lo cierto es que por aquellos días pesaba 10 o 12 kilos menos que ahora y estaba más contento con mi apariencia. Además, me sentía muy realizado de poder contar que estaba entrenando o que había estado en tal o cual carrera.



Hasta decía que era un atleta internacional porque por viajes, circunstancias de trabajo o personales, corrí una carrera en Londres, otra en Barcelona, otra en Caracas, otra en Miami y la media maratón en Cabo Cañaveral.



De todas me quedó algún recuerdo. Por ejemplo, el dorsal, que, como su nombre lo indica, es el papel con tu número que se coloca en la espalda. Aunque una vez en una carrera me regañaron y me advirtieron muy secamente: "el dorsal debes colocarlo delante".



También guardo por ahí alguna medalla, porque no en todas dan medallas. Y de muy pocas, algunas fotos. Fotos, por cierto, que me tomó mi esposa porque no me gusta comprar las que te venden los organizadores. Si ya pagaste la inscripción, alguna fotito deberían regalarte, ¿no?



Lo importante, me doy cuenta ahora, no era contar que fuiste a una carrera, ni la medalla, ni el dorsal. Lo importante era eso, que estaba más en forma y que podía comer sin preocuparme demasiado.

Les conté en "entre entregas" (que son actualizaciones que hago entre un blog y otro) que me medí. No les voy a mostrar fotos de carnes flácidas por el exceso de tejido adiposo, pero fíjense en la foto.

Esos shorts tipo bermuda son talla 40 y apenas alcanzan a rodear los 106 centímetros de cintura que tengo en este momento. No hay derecho, ¿no?

Por eso quiero volver a estar activo. Para correr otras carreras, para sentirme mejor, para estar más en forma y para tirar estos shorts a la basura.

No sé si se fijaron arriba que ya bajé casi un kilo y medio, y eso me tiene muy muy contento.

Me dicen algunos amigos que no pueden hacerse seguidores del blog. Estoy averiguando cómo resolverlo. Otras personas han encontrado inconvenientes para dejar comentarios. Mientras lo resuelvo, por favor, escriban a 21kg42km@gmail.com.

También me llegó un ofrecimiento de una ONG para correr en su beneficio en la maratón. La consideraré, pero sigo abierto a escuchar propuestas.

Nos vemos el miércoles que viene.

martes, 5 de mayo de 2009

180 días

Peso: 101.6 kilos

Días para la maratón: 172

El día que decidí empezar a hacer este blog busqué en internet una maratón que se celebrara en noviembre o antes, alrededor de mi cumpleaños número 42. La que encontré va a ser el 25 de octubre, exactamente 180 días después del 29 de abril, que fue cuando tuve la idea.

Me pareció un periodo de tiempo razonable para alcanzar las dos metas. Además es un número redondo y múltiplo de tres, cosa que, por alguna razón tal vez cabalística, me parece un buen augurio.


Lo cierto es que no empecé a tomar medidas "serias" en pro de mi meta hasta cinco días después de la decisión. El primer día que salí a caminar me encontré con el amanecer que ven en la foto. Hablando de señales auspiciosas.


Pero ya empecé. Hoy es mi tercer día de caminata intensa durante una hora a las seis de la mañana. También estoy moderando las cantidades de comida y tratando de comer cinco veces al día pues, según los que saben, eso acelera el metabolismo y ayuda a bajar de peso.


Lo que como, lo que ejercito, las calorías que quemo y cómo me voy sintiendo lo estoy anotando todo en un cuaderno. El día que cumpla 42 años, el 14 de noviembre, miraré todo lo que haya escrito y haré un resumen como entrega final de este blog.


Aquí también les voy a ir compartiendo en video mis reflexiones sobre bajar de peso, comer bien, hacer ejercicio y correr una maratón.

Por último, para que todo este esfuerzo no me beneficie solo a mi, estoy pensando en convertir todo esto en un pretexto para recolectar fondos para una organización sin fines de lucro que aún no he escogido, pero que pienso elegir muy pronto. Igual, se aceptan recomendaciones.

Les dejos mis reflexiones de esta semana: