martes, 23 de junio de 2009

El cuerpo se rebela

  • Días para la maratón: 123
  • Peso: 95,5 (-6,1)

En una entrega anterior les hablaba de cómo el exceso de entusiasmo puede arruinar el mejor plan de ejercicios para perder peso.

Mi intención en esa oportunidad era presumir de precavido y mostrar la certeza de que eso, a mi, no me iba a pasar. Al menos no esta vez.

Bueno, lo cierto es que el viernes me levanté con algo de malestar, como un resfriado incipiente. Sin embargo, salí a correr. Hasta le subí el límite superior al monitor de pulso para que no me molestara con su pitito si me pasaba de esfuerzo.

Indestructible. El hombre de acero. El cuarentón con sobrepeso que puede correr más de 70 kilómetros en una semana, levantándose a las 5 de la mañana todos los días.

No, dijo el cuerpo.

¡No, señor!, lo escuché protestar el sábado en la mañana cuando el resfriado se manifestó abiertamente y no me dejó levantarme.

¡De ninguna manera!, dijo ya fuera de sí el sábado en la tarde, cuando el simple gesto de estirar el brazo para darle la mano a mi hija me provocó en la espalda el calambre más intenso de mi vida.

El domingo, completamente afónico y casi inmovilizado por el dolor, decidí consultar mi literatura sobre el ejercicio de correr y sobre maratones.

Pero ahora les dejo con mi colega de la universidad y amigo personal Juan Ignacio Cortiñas y más abajo les cuento lo que descubrí.

Jessica Rabbit en el plato o de por qué las malas siempre están muy buenas (I)



Imagínense la escena: en esta película que es un régimen, las grasas suelen jugar el papel de Jessica Rabbit (ah, esas mujeres fatales), las proteínas siempre tienen cara de buenas (y, por tanto, predecibles) y los carbohidratos son... bueno, nunca se sabe realmente qué características darles.

Son personajes complejos, circulares.

El pan, por ejemplo, ha sido demonizado -con lo rico que es-. Al azúcar refinado suele vérsele en malas juntas con los lípidos (una tableta de chocolate con leche es casi un ejemplo de asociación ilícita) y los siropes y mermeladas, que son untados lentamente encima de una crepe, casi un caso flagrante de lujuria que va contra las buenas costumbres -alimentarias- de la gente decente.

Los carbohidratos son la energía que necesitamos todos los días. De hecho, no se recomiendan dietas exclusivas de proteínas, por los desórdenes que producirían en la maquinaria corporal.

Existen carbohidratos simples -que se transforman en energía con rapidez- y carbohidratos complejos -cuya descomposición en glucosa es mucho más lenta-. Los simples, sobre todo los azúcares de mesa, pueden conllevar a un exceso de calorías y, sino se transforman en energía, el cuerpo los almacenará en forma de... Jessica. Por eso es conveniente comerlos, sobre todo, a primeras horas del día.

Los carbohidratos complejos -cereales, tubérculos, legumbres, verduras- deben conformar una parte vital del régimen alimenticio. Pero, para que sean más efectivos, es preferible consumir aquellos con un alto contenido de fibra en las noches.

En la próxima entrega seguiré hablándoles de este personaje y dilucidaremos, por fin, si es un héroe o un villano.

No se pierdan el final de la película.


Bueno, me cuentan mis libros, y la información especializada que me sugirió mi amigo Will Grant, que a veces las piernas, los pulmones y el entusiasmo dicen que sí, pero el sistema inmunológico dice que no.

Claro, el cuerpo, por cumplir con ese esfuerzo que le estamos demandando, pone todos los recursos en conseguirlo, pero necesita aflojar por el lado de las defensas para lograrlo.

Y, claro, si ocurre que hay un virus por ahí, pues le va a tocar al que tiene las defensas más bajas.

Lo mismo con los músculos. Si no se descansa suficiente, no se estira bien, se les exige demasiado, los músculos acumulan ácido láctico y otras sustancias que terminan por provocar calambres y otros inconvenientes.

De manera que estuve tres días de descanso y apenas esta mañana salí, con mucha cautela a hacer media horita de ejercicio en vez de mis 60 minutos de siempre.

Y así lo voy a hacer las próximas dos semanas. No importa que la balanza diga lo mismo que la semana anterior. Me voy a demorar más, pero quiero tener la certeza de que voy a llegar a las dos metas.

La de los 21 kilos y la de los 42 kilómetros.

martes, 16 de junio de 2009

Un compañero en la muñeca

  • Días para la maratón: 130
  • Peso: 95,0 (-6,6)



No soy amigo de los aparatos. Y no es que me disguste la tecnología. De hecho, la tecnología me encanta cuando es útil. Pero esos artefactos que pueden ejecutar 500 funciones, de las cuales el usuario promedio solo utiliza tres, me producen mucha desconfianza.

Uno de esos casos en los que la tecnología me parece útil es mi monitor de pulso cardiaco (¿sera cardiaco o cardíaco?). Es un reloj. Ni más ni menos. Pero este va conectado a una cinta que se coloca alrededor del pecho y mide las pulsaciones de mi corazón.

Cuando no sabía cómo utilizarlo, para mi el monitor de pulso era una cosa que servía para comparar cuántas veces latió mi corazón ayer y cuántas veces hoy.

Pero poco a poco he aprendido a usarlo y hacerlo que trabaje para mi. Me dice cuándo voy rápido, cuándo demasiado lento, cuántas calorías quemé, cuántas de esas calorías provinieron de la grasa que tengo acumulada en el cuerpo.

Esa es la información que da el que yo tengo. Los hay también con localizador satelital, memoria de hasta 99 sesiones de entrenamiento, conexión inalámbrica a la computadora y hasta altímetro. Pero ahí ya estamos hablando de lo que les decía antes, las 500 funciones, de las cuales solo se terminan utilizando tres.

Por ahora, mi modesto monitor con sus pocas funciones me está ayudando mucho a lograr mi meta: 21 kilos menos y correr una maratón en 180 días.

Pensé en todo esto esta mañana, cuando le ajusté la cifra correspondiente a mi peso y me di cuenta de que ya perdí más de seis kilos y medio desde que empezó esta historia. Y mi monitor de pulso -mi compañero en la muñeca- estuvo ahí, ayudando a quemar cada gramo.

Quedan con mi amigo personal y maratonista británico, Will Grant. Escúchenlo. Nos vemos la semana que viene.


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martes, 9 de junio de 2009

300 gramos más, un agujero menos

  • Días para la maratón: 137
  • Peso: 96,7 (-4,9)

La misma historia de la semana pasada. Me pesé. 300 gramos más. Esperé. Lo mismo. Esperé hasta hoy. Otra vez.

También es verdad que el viernes terminó con pizza, el sábado en un restaurant gallego y el domingo en una taberna vasca. No es el mejor menú para alguien que quiere perder 21 kilos, supongo.

Me justifico ante ustedes como me justifiqué ante mi mismo. La semana pasada mi amigo Will, que sabe de maratones, me dijo que está bien no ser un dictador para entrenar. Además, tenía alguna celebración pospuesta (nuestros diez años juntos) y se presentó una circunstancia inusual (la abuela se quedó con los niños).

Así que entrené un poco menos, aprovechamos la circunstancia inusual y celebramos.

A pesar de todo, esta semana el cinturón llegó al último agujero. Hace menos de un mes que le abrí dos huecos adicionales. El primero lo necesitaba en ese momento. El segundo esperaba usarlo, pero no tan pronto.

Aunque la ropa me quede mejor y haya perdido centímetros y no gramos, sé que tengo que seguir mirando lo de la alimentación. Y de eso se trata la columna de hoy de mi amigo Juan Ignacio Cortiñas. Quedan con él y nos vemos más abajo.



No pasar hambre



Nuestro ritmo de vida nos obliga a desayunar mientras nos duchamos, a almorzar mientras terminamos de enviar un informe por email, y a cenar todo lo que no nos pudimos comer durante el resto del día. Más allá de comer sano, de bajar el consumo de grasas y de evitar comidas con muchas calorías antes de dormir, es importante saber distribuir la cantidad diaria de alimentos, de tal manera que nunca se pase hambre. En esto, hay que decirlo, los científicos aún no se ponen de acuerdo: algunos dicen que una persona debería comer unas 17 veces al día; otras opinan que con una sola toma diaria es suficiente. Otros nos invitan a ayunar una vez a la semana (¡ja!).

Pero como el caso que nos toca aquí es ayudar al cuerpo a reducir esa grasa imbricada entre los músculos, y la idea no es estar soñando todo el día con chuletas de cerdo y otras frituras -¿cierto, José?-, una de las soluciones que a mí me funcionó para reducir de peso fue comer cinco veces al día.

Se entiende: los tres golpes diarios de siempre más dos meriendas.

Este punto es importante: hay que dividir lo que antes se comía en tres tandas a hacerlo en cinco. La explicación es muy sencilla: cuando el cuerpo siente que le va a faltar alimento, hace lo posible por guardar reservas, no vaya a ser. Y esas reservas, la grasa, son más fáciles de formar que de deshacer. Además, si se come cinco veces al día, se activa en igual número de ocasiones el sistema digestivo, lo cual favorece un aumento en el metabolismo con el consiguiente gasto energético. Ingieres la misma cantidad de calorías, pero gastas más. Matemática pura.

Como no tenemos tiempo para estar todo el día metidos en la cocina, esas dos meriendas (a media mañana y a media tarde) pueden ser unos 50 gramos de frutos secos (preferiblemente almendras sin sal), un sándwich o cualquier alimento sólido; el clásico tentempié que tanto disfrutan los deportistas. Con esto agobias el hambre por un rato, activas el estómago y te sientes un poco más lleno para cuando llegues a la cena, que, como les explicaré más adelante, debe ser nutritiva pero no muy calórica.

Faltan un poco menos de 20 semanas para la maratón. A comienzos de julio empiezo el plan de 15 semanas que pienso seguir para tratar de cruzar la meta en menos de cinco horas. Por eso, tengo que tratar de perder todo el peso que pueda en junio y estar más liviano para encarar ese entrenamiento.

Quiero aprovechar para darle las gracias a todos los que se sumaron al grupo en Facebook. Esas casi 200 miradas solidarias me ayudan a levantarme de madrugada y a no olvidarme de que además del que tengo conmigo, también tengo un compromiso enorme con ustedes que confían en mi.

martes, 2 de junio de 2009

El fiel infiel

  • Días para la maratón: 144
  • Peso: 96,4 (-5,2)



Como todos los lunes, descansé. Como todos los lunes, me pesé. ¡98 kilos! 98 kilos. ¡300 gramos más que la semana anterior! No fueron 300 gramos menos, que también hubiese sido muy decepcionante, sino 300 gramos más.

"Aquí pasa algo raro", pensé. Digo, era lo menos malo que podía pensar después de haber completado una semana en la que salí seis días, hice una jornada de dos horas y otra de tres, recorrí cerca de 65 kilómetros y quemé más de siete mil calorías.

Los que saben de esto dicen que el descanso es necesario para asimilar el ejercicio. No sé si fue eso o qué, pero 24 horas y cuatro visitas al baño después de aquella deprimente mañana del lunes, la balanza marcaba el peso que ven en el encabezado del blog: 96,4 kilos.







Por Will Grant




Me queda claro que además del ejercicio también debo haber asimilado algunas otras cosas que expulsé en el transcurso de esas 24 horas.

Lo cierto es que la experiencia me hizo pensar en que tengo que mirar más cómo me siento entrenando, cómo me veo en el espejo, cómo estoy de ánimo, cómo me queda la ropa, en vez de fijarme únicamente en el numerito que me dice la balanza.

Porque a veces, como el lunes 1º de junio de 2009 en la mañana, el fiel de la balanza puede serme infiel.

Si leyeron hasta aquí, ya lo vieron. Mi amigo Will Grant con sus recomendaciones para entrenar y, sobre todo, tomárselo con filosofía. Si no lo han hecho, por favor, opriman play.