La persona que más me ayudó a terminar mi maratón no me conoce. Ni siquiera sabe que fue mi inspiración, mi ejemplo y hasta mi "liebre" (corredor cuya misión consiste en marcarle el paso a otros corredores).
Se llama Fortunato, es de Bilbao, y la noche que corrimos juntos estaba completando una maratón por trigésimasexta vez.
Me lo encontré casi al final del pelotón de los más lentos. Así y todo, iba cruzando cada kilómetro en menos de siete minutos. Me pareció un ritmo seguro para poder terminar la carrera, así que decidí seguirlo.
Lo que todavía no he dicho es que corría acompañado por sus dos hijos porque Fortunato tiene 80 años. Sus hijos le hacían de animadores, avitualladores y guías.
Pude mantenerles al paso a los tres durante casi 12 kilómetros. Al final se impusieron su buen estado físico y mi sensatez, así que decidí bajar el ritmo para asegurarme de tener energía hasta terminar el recorrido.
La carrera tuvo fallas graves de organización, al menos desde la perspectiva de los corredores más lentos. Muchas veces hubo que adivinar el recorrido, no había suficientes estaciones de avituallamiento (agua) y, donde las había, cuando llegábamos los rezagados ya se había acabado todo.
De hecho, ya hacia el final, tuve que empezar a recolectar restos de agua y bebidas isotónicas que otros corredores habían dejado para poder seguir adelante. Por suerte, también llevaba un par de geles de glucosa que administré con muchísimo celo entre la primera y la cuarta hora de la carrera.
Pude ir a buen ritmo hasta el kilómetro 31. A partir de ahí, no había gel ni bebida isotónica, ni agua que lograra mantenerme con energía durante más de un kilómetro. Así que opté por alternar un kilómetro de caminata por cada kilómetro de correr.
Además, en el kilómetro 33 se me unió Cecilia, mi esposa, que estuvo conmigo hasta la línea de llegada. La compañía de Cecilia, cómplice y sostén amoroso de toda esta aventura, me hizo mucho más llevaderos esos 9 kilómetros finales.
Cuando empecé este desafío quería bajar 21 kilos y correr una maratón. De la primera meta logré casi dos tercios. De la segunda, gracias al apoyo de los seguidores de este blog, al amor de Cecilia y a la inspiración de Fortunato, puedo decir con orgullo que la completé.
Lo más importante es que esta odisea de kilos y kilómetros me dejó lecciones para toda la vida. Quererse a sí mismo, trazarse metas, poner en práctica los planes para alcanzarlas, son todas cosas que ya forman parte de mi para siempre.
Con ese aprendizaje, voy a perder los kilos que me faltan y tal vez más adelante, solo tal vez, vuelva a correr una maratón.